¿Cómo librarse? ¿Cómo evitarlos? ¿Cómo reconocerlos? Pareciera no haber vacunas contra los “manipuladores”, si bien podemos intentar “detectar” cuándo y con quién nos involucramos de manera dañina.
Suelen ser muy inteligentes (para manipular a otro y conseguir lo que quieren) y encantadores (hace falta serlo para poder seducir a ese otro para que caiga en sus redes). Al principio muestran esa faceta tan atractiva… para después, una vez que “la presa” cae en sus redes mostrar otras características de sí mismo, más descarnados, poco compasivos, egoístas. Pero, ¿por qué una persona puede influir tanto sobre otra? ¿Cuáles son las carencias de los manipulados? Nuestra carencia se traduce en la necesidad de preservar antes que nada al otro, como alguien que sabe y que no puede fallarnos: necesitamos sentirnos protegidos y amparados por el otro y tendemos a negar las evidencias en contrario. Y por eso delegamos nuestro ser, que nos retorna como sometimiento.
¿Quién puede ser manipulado?
Habitualmente personas con una baja autoestima, a las cuales les cuesta reconocer sus derechos y hacerlos valer, personas que no tienen claro sus propios límites y los límites ajenos. Las personas a las que pueden confundir más fácilmente con discursos seductores, haciéndoles sentir inclusive que son ellas quienes tienen la culpa (o al menos la responsabilidad) de hacerse cargo de una situación determinada (provocada o propiciada por él) y que por lo tanto tienen ellas la obligación de remediar el problema o la situación en cuestión.
¿Cómo descubrir al manipulador?
La posibilidad de detectarlos está dada porque a medida que transcurre el tiempo, se pueden observar incoherencias entre lo que dice y lo que hace. A veces pequeñas y sutiles y otras más impactantes. Suelen producir un efecto parecido al “atontamiento”, uno siente que “hay algo que no encaja, algo que está mal” aunque no pueda precisar claramente dónde. Sin embargo, es muy importante prestarles atención a éstas, nuestras propias señales. Nos indican que hay algo que está mal.
¿Qué hacer?
Si por circunstancias de la vida en su vida hay un manipulador acechando, no se pierda en los laberintos mentales en los que la sumerge, no intente hacerlo entrar en razones. El sabe claramente que su accionar no es el correcto, desde antes de que usted trate de demostrárselo. El motivo de que no cambie de actitud, insisto, no es el desconocimiento, sino su propia voluntad.
Hay que partir de la base de que son prácticamente inexistentes las posibilidades de cambio en estas personas al respecto de estas características, que no es poca cosa, ya que tiñe toda su personalidad. El cambio en una persona se da a partir de que hay algo en uno que le hace daño a uno o a los otros relevantes de su entorno, hay un padecimiento, un dolor… al menos una molestia importante. Se dice que ese rasgo es para uno egodistónico. Esto quiere decir que es un elemento disruptivo, no se siente cómodo, perjudica. Ahí hay entonces una posibilidad para poder intentar hacer algo diferente, para recurrir a algún tratamiento psicoterapéutico y trabajar ese rasgo que tanto nos perjudica. Pero si recordamos que esta persona tiene una actitud más indolente hacia el otro y que no lo detiene ni la culpa ni el remordimiento las posibilidades de promover un cambio son casi inexistentes ya que falta lo más importante: un motivo.
¿Quién puede ser?
Suelen tener un efecto muy destructivo en quienes los rodean. Y no siempre es tan fácil sustraerse a su presencia. Puede tratarse de la madre, del jefe, incluso hermanos; por lo que lo más saludable es acotar ese contacto lo más posible mientras se evalúan opciones, elecciones y se piensa cuán dispuesto está a sufrir las consecuencias de estar en este vínculo.
Encontrar el antídoto buscado
Cuando algo nos disgusta, nos ofende, está fuera de lugar, no es nuestra responsabilidad, afecta nuestros legítimos derechos, atenta contra nuestra capacidad de reflexión, nuestras convicciones o nuestra autonomía; cuando nos sentimos avasallados, sin poder expresarnos o ser escuchados, seguramente estamos convalidando el actuar del otro que se nos impone, sin poder advertir que tenemos la opción de separarnos, tomar distancia de la situación y hacer otra cosa que lo que suponemos inevitable. Pero para eso tenemos que lograr vernos a nosotros mismos, en un acto reflexivo, algo que resulta bastante difícil, sobre todo cuando estamos afectivamente comprometidos. Muchas veces, si no contamos con la ayuda de un tercero no involucrado, resulta casi imposible. Esto puede requerir la opinión de un amigo o incluso una consulta a un profesional, que nos brinde la ocasión de enterarnos de algo más sobre nosotros mismos y encontrar con esfuerzo y paciencia el “antídoto” buscado.
Irse no es huir, es la única salida
Cuando uno se encuentra frente a este tipo de personas (que pueden ser hombres o mujeres) lo mejor que puede hacer es… irse. Simple y llanamente. No vale la pena argumentar con él. Es un experto en presentar la realidad de una manera tal, que cuesta ver claramente y mucho menos el identificar sus manipulaciones. Su inteligencia y el manejo de su discurso, hacen que se vuelva muy difícil poder demostrarle el argumento que sostenemos, el sentimiento que hay detrás. Recordando cuando Ulises era atraído a las rocas por el canto de las sirenas (los marineros seducidos por las bellas voces, morían al acercarse tanto que sus barcos se hundían al acercarse tanto a las rocas) hay que hacer caso omiso a sus dichos en las distintas versiones en que se exprese, e irse.